
Podrias ser el cielo y la tierra de mi propia rayuela... Si quisieras...
Cielo, Tierra... nunca nada está tan lejos.

Uno acostumbrado al ruido diario de la ciudad, las bocinas, el canillita vendiendo diarios, el pibe que te limpia los vidrios, los autos que arrancan y frenan, los semáforos, la rutina, el subir y bajar del subte, o intentarlo al menos, el comer apurado, el llegar tarde, el llegar demasiado temprano, las personas que caminan muy lento delante de nosotros cuando estamos apurados, los negocios llenos, el no encontrar lo que uno busca, la incomodidad de la silla del escritorio, la cola de los tramiteríos, que te griten desde una construcción los albañiles, las veredas rotas, los baches, las malditas cunetas, el bebé que llora en todo el viaje en colectivo y uno que acostumbrado a la rutina se conforma, lo acepta, lo hace parte de si mismo, hasta incluso se cree cómodo entre esas cosas, se amolda, se retuerce, pero ya no importa, solo suspira y dice "Es la que me toca".
Viejo molino, cuantas historias guardas entre tus ladrillos a orillas del arroyo. Solo aquellas aves saben de tu susurro. Pequeñas aladas que migran al asomarse el sol de primavera a hacer su nido en los huecos de tu alma. Y juegan entre tus idas y vueltas de pequeños laberintos de cuentos campestres. Saben de tu susurro, pero son incapaces de callarlo con su piar mañanero. Ya no te importa el no tener un techo que te proteja de la lluvia, porque en algún momento has aprendido a querer el cielo como tu propio techo y a saber de las estrellas como luciérnagas embotelladas para iluminar el manto que te recubre de noche.